De la vereda a la selva. Visita a la Finca museo El bosque

 Museo Etnocultural El Bosque

Por Bryan Castaño

Ese día el trayecto comenzó con un clima cálido. Según nuestra bitácora de viaje, nos correspondía la visita a un museo. Nos dirigimos hacia una vereda que se podía ver al otro lado de la montaña. Emprendimos el viaje transitando por una carretera que se deslizaba por la ladera, alejándonos de El Hato, una vereda del municipio de Choachí, donde pasamos la noche. En medio de la caminata, y al cabo de unas horas, cruzamos el río Blanco, de aguas turbulentas, mientras veíamos de frente al gigante montañoso que debíamos ahora ascender. Tiempo después, un grupo de palomas mensajeras nos sobrevoló y advirtió de nuestro arribo a Ferralarada, otra vereda del municipio de Choachí.

Caminamos por cuatro horas para llegar al museo. El calor del mediodía me tenía sofocado. En cuanto al camino, la mitad fue un descenso permanente hasta el Río; luego, subimos tanto que vi como la vegetación y el clima cambiaba, hasta volver al frío de las alturas. Me pareció un ascenso inagotable. Al fin llegamos a una entrada que delimita la finca por medio de una reja alta y verde. De allí salió a nuestro encuentro un hombre, su nombre es Miguel Arcángel, que nos indicó el camino hacia el oasis que él mismo ha creado en medio de la imponente naturaleza. Don Miguel nos condujo a su hogar que parecía un accidente en el paisaje. Es una casa cubierta por una vegetación espesa y diversa. Ya allí, nuestro anfitrión nos recibió con un tinto caliente, y los pajaritos que tiene en su entrada cantaron alegremente, lo que me hizo sentir en paz luego de la fatigosa caminata.

Profe Miguel Arcángel

Ya descansados, ingresamos por la puerta que parecía conducir al interior de la casa, pero que realmente conduce al museo que Don Miguel ha construido durante los últimos veinte años. En su interior se encuentran expuestos todo tipo de implementos que pertenecieron a hombres y mujeres del municipio de Choachí y de otras muy distintas y lejanas regiones del país. A través de estos objetos se cuentan las historias de la cotidianidad del colombiano promedio que habita tanto en la ciudad como en el campo. 

En el museo se exponen elementos como alpargatas, botas de caucho, azadones y palas. También lámparas de queroseno, machetes, espuelas, cuerdas, herraduras, sombreros y sillas de montar. Hay fogones de leña, sillas antiguas, máquinas de coser e incluso algunos ejemplares del calendario Bristol. Se encuentran distintos tipos de máquinas de escribir, y se evidencia el paso del tiempo en los primeros computadores, los modelos de teléfonos fijos y móviles e incluso algunos objetos que hablan del estilo de vida de la ciudad, como el cepillo y el betún Búfalo, los televisores de cajón, las radios de todos los tamaños y algunos walkman.  Además, existe una sección dedicada a las comunidades indígenas y la naturaleza de la selva amazónica: hay chalupas, flechas, arcos, cerbatanas, máscaras, ropa y figuras que usan para celebrar fechas especiales y consumar actos rituales. Sumado a esto hay elementos de la vida cotidiana indígena como canastos, mochilas, vasijas y otros utensilios para la comida.




Sin embargo, no todo se trata del estilo de vida de los humanos. La fauna del país está representada en cachos de ciervos, cráneos de jaguares, patas de conejos, garras de águilas y osos, e incluso el cráneo de un cocodrilo. Finalmente, existe una sala dedicada a exponer fotos de hombres y mujeres del municipio de Choachí: se trata de adultos mayores, ya fallecidos, destacados por su importancia para la historia de la región: panaderos, peluqueros, etc. Su recuerdo es preservado por Don Miguel como una forma de guardar la memoria de los abuelos y las tradiciones e historia del municipio. El relato alegre y sentido de Don Miguel, quien cuenta la historia de cada uno de los elementos de su museo con mucho carisma y paciencia, llena de vida el recorrido que, a simple vista, no parece sorprendente. 

Al salir, tuvimos la oportunidad de descansar en un espacio fuera de la casa que Don Miguel tiene destinado para conversar y compartir con los demás sin distracciones como celulares o computadores. El cuarto tiene butacas hechas con troncos de madera, organizados en círculo alrededor de una fogata, además de muros y techo que protegen del frío y la lluvia. Aquel lugar, lleno de cierta energía ceremonial, genera un ambiente fresco y tranquilo que me permitió pensar sobre lo útil que resulta para un estudiante de universidad visitar este tipo de espacios y escuchar a los campesinos y campesinas lo que tienen que decir acerca de su forma de entender la vida y el territorio.

Pero la visita no terminaba ahí. El museo es solo la mitad de la experiencia. Durante años Don Miguel ha permitido que en su finca convivan una amplia variedad de especies animales y vegetales. Durante los últimos veinte años no ha cortado un solo árbol, no usa agroquímicos y tiene una debilidad especial por los gatos. El bosque, el verdadero propietario del museo, crece a su antojo. Hay una gran variedad de frutas, árboles, plantas aromáticas, plantas medicinales, animales e insectos. Don Miguel ha aprendido del bosque y ahora vive junto a él. Ha erigido un museo etnográfico en el interior de su casa, tiene una pequeña huerta orgánica dedicada a su propio consumo y que recibe temporalmente a turistas, campistas, visitantes y, eventualmente, a universitarios curiosos como yo y el grupo con que fuimos. 

Una vez que caminamos alrededor del bosque escuchando los sonidos de la naturaleza junto con las enseñanzas y los relatos que nos iba comentando Don Miguel, la tarde llegaba a su fin y llegaba el momento de nuestra partida. Esta vez nos fuimos en un bus que nos llevó desde Ferralarada hasta El Hato, donde pasaríamos de nuevo la noche, en 40 minutos ya estábamos frente a lo olla del sancocho, y mientras esperaba mi plato, pensaba sobre lo que me enseñó Don Miguel y su museo El Bosque, sobre su forma tan novedosa como antigua de relacionarse con el ambiente y otros miembros de la especie humana. Uno de sus pilares fundamentales es el respeto por la memoria, por los territorios y por el inmenso valor que cada miembro de una comunidad tiene para conseguir el objetivo de preservar y mejorar la vida en comunidad.



Comentarios

  1. Es un hermoso sitio que nos lleva a compartir con la naturaleza, a descansar del ruido de la ciudad y sentir mucha paz. A recordar nuestros antepasados y vivir nuevamente lo que una vez vivimos en compañía de ellos. Gracias Miguelito por ese hermoso lugar!!

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