CRÓNICA: El Planeta nos Necesita

Compartimos esta hermosa crónica escrita por Nidia Fuentes, docente de la Institución IPEBI de Fómeque que nos hace reflexionar sobre nuestro papel en la vida planetaria.



Todas las tardes es agradable para mi sentarme a descansar en la hamaca que está situada en el corredor de mi casa y poder ver los atardeceres, especialmente en los días de verano. Cuando en el firmamento hay contrastes de colores. Hoy es uno de esos días y mientras me mezo plácidamente, reflexiono sobre la situación de la Pandemia que aqueja al mundo y la forma como habitantes del planeta debemos ayudar a restablecer el orden que nos permita volver a salir de casa y restituir nuestros derechos.

Poder caminar libremente, abrazar a nuestros seres queridos, compartir tantos momentos hermosos con nuestros amigos como: comer un helado, montar bicicleta, jugar en la quebrada y tantas cosas más Dentro de muchas meditaciones, que ya venía haciendo antes de la pandemia esta el cuidado del medio ambiente o la casa común como lo plantea el Papa Francisco en la Carta Encíclica Laudato Si publicada el 24 de mayo de 2015. ¿Qué estoy haciendo para cuidarla? Esta pegunta me llevo muchos años atrás, a recordar cómo ha sido la experiencia en la historia de mi familia.

Empiezo contado que hacía comienzos del siglo XX (1900) mis abuelos eran campesinos que vivían en pequeñas fincas de las veredas de Fistega y Santa Rosa en el Municipio de Ubaque. Para esa época no había ninguna educación en torno al cuidado del medio ambiente, en ese tiempo el uso del plástico era bastante limitado. En su mayoría, los productos alimenticios o de aseo se guardaban en cajas de madera o canastos. Algunos líquidos venían en botellas de vidrio que eran reutilizables y otros productos se envolvían en hojas de plátano o papel.




Cuando mis padres eran jóvenes y aun vivían en el campo hacia mediados de los años sesenta, la situación no cambió mucho. El jabón más común para lavar ropa se llamaba Top y venía en cajas de cartón. Para lavar la loza existía unos cuadros de jabón dado. El papel higiénico y el uso del baño era casi un lujo, ya que las necesidades se hacían en el monte, se tapan con tierra y para la limpieza se usaban hojas de “mosquero” o de plátano según lo cuenta mi mamá, un poco apenada. No eran años fáciles y más si se vivía en el campo. Los primeros visos de reciclaje se daban al reutilizar las ollas viejas después de muchos años de uso para sembrar las matas de jardín.

Para los años noventa, cuando era una adolescente que estudiaba en el colegio Distrital Enrique Olaya Herrera en el sur de Bogotá, no recuerdo que se hablará de reciclaje, era importante usar las grandes canecas de diferentes colores para depositar todos los desperdicios orgánicos que llevábamos en la lonchera o los empaques si comprobamos chitos, gudis, bon bom bum, frunas, tostacos, trocipollos, gansito, chocoramo, que para la época eran las golosinas de moda. La gaseosa se vendía en botellas de vidrio y el tamaño personal era más pequeño que el actual. Los dulces los vendían en una bombonera de vidrio y no tenían empaques. Solo los entregaban en la mano.

Los profesores se preocupaban era por no ver papeles en el piso. En la casa solo existía la bolsa negra donde sin discriminación se depositaba toda la basura. Con ansias se esperaba que pasará el carro “grande y blanco” tres veces a la semana. En mi localidad, lo hacían en horas de la noche. Sacar esa bolsa era una tarea desagradable ya que empezaba a generar malos olores y escurría un líquido oscuro que hoy sé que se llama lixiviado. Este líquido muchas veces ensuciaba los pisos ¡era casi un castigo limpiar los pisos después de sacar la basura! 

En mi familia, todos pensábamos que la basura se iba al desecho, un lugar muy lejano y allí desaparecía del planeta. Para mi época en la Universidad a comienzo del siglo XXI algo que me molestaba era ver basura en la calle porque en los días de invierno esta tapaba las alcantarillas y las calles se inundaban. Además, en casa me había inculcado guardar las envolturas hasta encontrar una caneca. En los paseos la situación no era diferente, sin embargo, era habitual ver como muchos compañeros botaban papeles y botellas por las ventanas de los buses. Todos ignorábamos que, en el campo, especialmente en las carreteras no pasaba el camión de la basura y que el plástico tarda muchos años en descomponerse.

En el presente, cuando la vida me ha dado la oportunidad de vivir en el campo, he descubierto que la situación no ha cambiado mucho. Pocos son los que tienen el privilegio de tener acceso al carro recolector, la mayoría sigue enterrando las basuras o haciendo quemas. Lo cierto es que la basura nos incomoda a todos. La vemos como el vecino desagradable del que hay que salir lo más pronto posible.

En algunos lados, los dueños o administradores de fincas se quejan porque hay personas que arrojan sus basuras a los barrancos pensando que mágicamente esta desaparecerá o servirá de relleno, pero no es así. Como ya lo sabemos el plástico dura alrededor de ¡500 años en desintegrarse! No podemos seguir arrojando los desechos de manera indiscriminada sin pensar en el daño que le hacemos al prójimo y al medio ambiente. Tenemos que aprender a ser responsables de los desechos que producimos o encontramos a nuestro alrededor.

En el proceso de embellecimiento de mi predio desde el año 2018 me he encontrado con desechos desde botellas de vidrio, hasta un microondas que alguien desecho por un barranco mucho antes de que yo llegará. Tal vez, las personas que departieron un trago un fin de semana nunca imaginaron que ellos envejecerían mientras la botella solo se llenaría de barro o serviría de incentivo en momentos de verano y con la ayuda de algunas hojas secas podría producir un incendio forestal, como aconteció unos años antes en el mismo predio. Con el paso de los años la naturaleza ya se ha encargado de restablecer el equilibrio.

Yo no he arrojado mucha de la basura que he encontrado en los alrededores de mi predio, sin embargo, es mi responsabilidad no dejar enterrados esos desechos, además, contaminan el paisaje. Al contrario, pueden ser transformados, aunque para ello yo tenga que clasificarlos y desplazarme a un sitio de acopio como Bancalimentos ubicado en el parque San Isidro del Municipio de Fómeque.

Vivir en el campo es un privilegio que no tienen muchos: escuchar el canto de los pájaros y del gallo al amanecer, el cacareo de las gallinas, la brisa de los árboles en la tarde, el aroma de las flores, la vista de las montañas al abrir las cortinas de las ventanas y muchas cosas más, parecen insignificantes, pero tienen un valor incalculable.

Es el momento de tomar conciencia, y entender que debemos vivir en armonía con la naturaleza. Repito, no es fácil aceptar que desde hace años como habitantes del planeta tierra hemos venido haciendo lo incorrecto en cuanto al cuidado del medio ambiente. Cambiar hábitos que han sido impuestos por nuestros antepasados que tampoco sabían del daño que producían sus acciones no solo con el tratamiento de basuras sino con la tala indiscriminada de bosques, la caza de animales salvajes y la contaminación del agua. Muchos de ellos actuaron por falta de conocimiento. En este momento, por todos lados: afiches, comerciales, medios de comunicación, redes sociales, entre otros nos intentan avisar que debemos ser parte de la solución y no del problema.

Este siglo es considerado el siglo de lo desechable para unos y de las oportunidades para otros. Lo vine a comprender con la Youtuber, Marce la recicladora, en su canal de YouTube hace campañas para que todos reconozcamos la importancia de la economía circular y el respeto por el trabajo de los recicladores o “reciclamores” como ella los llama.

Después de ver varios videos de Marce, me doy cuenta que clasificar nuestros residuos quiere mucho compromiso. No es fácil reciclar cuando se nos ha enseñado ¡lo que no sirve se tiene que desechar!, ¡lo que nos estorba lo tenemos que desaparecer!, ¡lo que huele feo hay que alejarlo para que no lleguen insectos o roedores!

La basura nos molesta y muchas veces rechazamos con miradas o palabras despectivas a las personas que se dedican a buscar un sustento para sus hogares en la basura de los demás. Ignorando que con su ayuda mucho plástico no va a llegar a los ríos, al mar, a los rellenos sanitarios que están a punto de colapsar y que le hacen daño a todo el ecosistema. Muchas cosas de las que desechamos tardan muchos años en desintegrarse y pueden permanecer en el planeta más tiempo de lo que muchos alcanzaremos a vivir.

No queda otra alternativa que ponernos la camiseta y empezar a replantear la forma en la que estamos viviendo. Y la pandemia del COVID 19 con todas sus dificultades nos está dando la palmada para que comprendamos que hay que tratar de reducir el consumo si deseamos llegar a la tercera edad, tener agua para beber y aire para respirar. Por eso, es importante que las campañas no se queden solo para presentar un trabajo, ganar una nota o recibir un incentivo económico. Es imperativo cambiar de mentalidad. Y esta empieza dejando la pereza y el conformismo atrás. Reciclar, Reducir y Reutilizar es la solución. Se necesita disposición, buen ánimo y mucha dedicación porque para hacer un buen reciclaje hay que clasificar, limpiar, lavar, escurrir, secar y llevar a un lugar o entregar a un reciclador en la Ciudad. Es un compromiso que si empezamos a hacer desde la infancia será tan fácil como saber que debo cepillarme los dientes todos los días. Caso contrario, pasa con los adultos ya que son muy pocos los que se salen de la zona de confort y son capaces de cambiar la forma de pensar.

Para terminar, te invito a ti joven, jovencita, niño, niña, adulto mayor a cuidar lo que tienes a tu alrededor. Se consciente, paciente y persistente. Todos tenemos el mismo derecho a vivir en este planeta y debemos cuidarnos entre todos. Es importante dejar un legado en torno a la importancia de creer en la economía circular y con ella ayudar a otros seres vivos. ¡Sé un humano diferente, cuida el planeta!



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