La peste



Foto A media cuadra
Desde la Comuna 4 de Soacha, César Cortés, joven de 17 años, nos comparte el siguiente relato:
Por César Cortés González.


En aquel lecho confortable posaba mi cuerpo, dormía apaciblemente y disfrutaba de aquella realidad aparte llamada mundo onírico, ese mundo que tu subconsciente crea de una manera extraña e inefable; de repente un estruendo resquebrajó aquella paz, era la alarma que fijaba cada noche para ir al colegio.

Me levanté al unísono, sin discrepancias e inmediatamente fije mi dirección hacia el baño para tomar una ducha, el agua helada logró sacarme de aquella somnolencia y letargo matutino. Desde allí podía percibir el aroma de un exquisito desayuno que mi amorosa madre preparaba como de costumbre cada mañana.

Emprendí el viaje hacia mi colegio y en el camino meditaba angustiosamente sobre un discurso que había escuchado la noche anterior en la radio, el cual informaba que en una ciudad china llamada Wuhan había surgido un nuevo virus que se estaba expandiendo por el mundo evidenciando cifras vertiginosas de muertes que aumentaban exponencialmente.

Al llegar a mi colegio me percaté que era el único preocupado, pues mis compañeros hacían referencia a esto de una forma jocosa y sin consideración. Al final de la jornada escolar informaron que las clases se suspenderían por un tiempo indeterminado; esto generó excitación en mis compañeros que entre algarabía celebraban el tiempo de ocio que esto significaba.
Para mí no fue tan agradable éste hecho y durante toda la tarde me preguntaba qué nos depararía el paso del tiempo, en los días siguientes se decretó cuarentena nacional y a colmo de males mi padre nos informó que la fábrica había cerrado… ahora él se encontraba desempleado.

Tratamos de abastecernos de comida, pero los precios representaban alzas generalizadas que infundían pánico; mi madre decía que debíamos confiar en Dios, elevar nuestras plegarías ante él y éste no nos desampararía.

La posibilidad de contagio, la escasez de alimento y el estar confinado en casa todo el día no era lo único que me consternaba, pues aunque gran parte del día la dedicaba a leer sabía que estudiando era la única forma de brindarle algo a mi familia en un futuro y salir a la palestra.

Al igual que muchos niños en mi comuna no cuento con el acceso a internet, lo que imposibilitaba el confinamiento total; debía salir a un café internet exponiéndome a contraer aquel temido virus. Por aquellos días nuestro dirigente hizo una alocución, informando que se entregaría un monto de dinero para auxiliar a las familias vulnerables, por un momento la esperanza se recobró, pues éramos parte de la población desplazada por nuestro conflicto armado interno y era seguro que nos ayudarían.
“Era seguro que nos ayudarían” era la premisa que concebíamos, hasta que ese mismo noticiero nos bajó de la nube y nos recalcó que somos uno de los países con más corrupción, pues una vez más la plata destinada para miles de familias había desaparecido.

Se sentía un ambiente desolador, mientras papá se encuentra sentado el viejo sofá carcomido de cuero por el paso de los años puedo divisar su cara que denota angustia y a través de sus lentes rayados se ven unos ojos tristes. Mamá no para de leer la Biblia y hablar sobre la vida de Jesús en la tierra, los leprosos que éste curó y la vez que milagrosamente multiplicó los panes y los peces.

Mamá se las ingenió para alimentarnos y darnos ánimo en la cuarentena, pero muy en el fondo sabía que ella era quien más se mortificaba, al pensar en la incertidumbre de si tal vez mañana nos esperaba un plato de comida.

Dediqué mi confinamiento a escudriñar, reflexionar y leer, ese fue el ejemplo de mamá. Los libros son la compañía en noches de vigilia, la forma de escapar, el mejor remedio…

Aquí, frente a una lúgubre luz y viendo a tientas plasmo mis ideas sobre el papel y escucho sollozos provenientes de la calle, son de feligreses que lloran la efemérides     muerte del mesías. Me pregunto si en lugar de lamentar su muerte no sería mejor resucitarlo en cada uno de nosotros y seguir su ejemplo, el ejemplo de ayudar al mendigo y al leproso en lugar de satisfacer deseos singulares. Tal vez la humanidad no esté lista para esto y su lugar está ahí, entre la bajeza y el egoísmo.

Enciendo la televisión y me encuentro con que están hablando de nuestro municipio: las empresas de servicios públicos se han privatizado. El medio de comunicación desea persuadirnos al decir que será un éxito económico… Pero yo no lo creo, mientras tanto se escuchan cacerolazos, me asomo a la ventana, es una gran muchedumbre que no tiene alimento.

Qué nos deparará el paso del tiempo es la recalcitrante pregunta que me agobia, la impotencia hace que prorrumpa en llanto. Qué Dios se apiade de nosotros pienso para mí mismo. Que Dios se apiade de nosotros… 

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