El campo colombiano. Entre el desprecio, el abandono y la construcción de la paz.



Edgar Suárez - Vereda el Hato
El Sirirí

Las campesinas que ven la ciudad luminosa desde los cerros y las que viven un poco más allá en el límite oriental del territorio que llamamos Bogotá, dicen que su mayor problema es el Estado, y no se refieren a la ausencia histórica de éste, a eso ya se acostumbraron, sino a sus insistentes reglamentos y a la tosudez con los que se han impuesto sin contar con el contexto, la opinión o la consulta de las comunidades de la zona rural de Bogotá. Ellas advierten que las acciones de los gobiernos, aunque a veces parece que quisieran ayudar, provocan el uso de su tiempo en múltiples reuniones y ahondan los conflictos y la desunión que hay entre las comunidades. Aunque cuentan con la vida que les da la montaña y el páramo, su vida material tiene varias carencias, en cuanto a educación, servicio de salud, servicios públicos, transporte, comunicación, servicios culturales, asistencia técnica, entre otras. Basta moverse un kilómetro del casco urbano de la capital, para ver la profunda frontera que divide el campo de la ciudad en Colombia.

Alejándose de los centros urbanos las necesidades de la población crecen y la presencia del Estado se va haciendo nula. No hay hospitales, mucho menos centros de salud, la distancia que hay entre los centros educativos, si es que los hay, es muy amplia. Un campesino de Vista Hermosa Meta cuenta que para poder estudiar la secundaria, tendría que viajar desde su casa materna, seis horas diarias o irse de su casa a un pueblo o a la ciudad. Otro campesino de 21 años, del Doncello Caquetá, cuenta que en su familia, compuesta por su madre y su hermano, dada la distancia de la escuela, solo podía estudiar uno de los dos hermanos, y el otro, debía quedarse en casa para soportar la economía familiar basada en la agricultura, este campesino optó como alternativa vincularse a la guerrilla, ahí le enseñaron a escribir y a leer. En otros lugares todavía más apartados, el Estado contrata a empresas privadas para que den servicios educativos en escenarios que no cuentan con la infraestructura mínima ni condiciones materiales para un proceso educativo. Servicios educativos de pésima calidad que, dada la dificultad de acceso y problemas de orden público, no tienen el control que debería ejercer el Estado sobre este derecho fundamental.

Una foto actualizada del campo y la población campesina nos la da el Censo Nacional Agropecuario del año 2014. En términos sociales, la exclusión de la población campesina es evidente, el porcentaje de campesinos que no saben leer ni escribir se acerca al 16 % del total de la población rural (Dane 2014). según el censo, el 44% de la población rural está en la pobreza. En terminos productivos se evidencia que solo el 16,5 % de las unidades de producción agropecuaria han recibido asistencia técnica, es decir que dicha asistencia es casi inexistente.

La concentración de la tierra permanece como proceso histórico, en un informe de la organización Oxfam, Radiografía de la desigualdad, y que basa sus cálculos en el Censo Agropecuario, concluye que “mientras las grandes unidades de producción agropecuaria se han expandido, por el contrario, las pequeñas unidades se han ido fragmentando y perdiendo terreno hasta quedar desplazadas a una proporción cada vez menor de la superficie productiva”. Las pequeñas fincas, de menos de cinco hectáreas en 1970 representaban el 64% de total de (Unidades productivas agropecuarias)UPAs, es decir de fincas, y ocupaban el 5% de la superficie censada. Hoy componen el 70,5% de total ,pero apenas manejan el 2,7 % de la tierra productiva. Así mismo, como lo expone Carlos Suescún en el portal Razón Pública, en su articulo, La escandalosa desigualdad de la propiedad rural en Colombia.“para las 1.409.193 UPA del Censo de 2014, el Gini resulta ser 0,902. “la propiedad de la tierra en Colombia está muy próxima a la concentración absoluta”.



El Acuerdo de paz que fue firmado hace más de un año entre la Farc y El Estado colombiano, buscaba que Colombia pagará esa deuda con sus connacionales habitantes del campo. Las necesidades que se escuchan en tantas veredas son repetidas: Distritos de riego, mejoramiento de viás terciarías (aunque sea solo el mantenimiento de la trocha), transporte público para zonas rurales, mejoras en las viviendas rurales, servicios públicos, asistencia técnica, crédito para fomento a la producción, calidad en educación, alimentación y transporte escolar, acceso a educación superior, acceso a mercados, centros de salud y acceso a la tierra para campesinos pobres y víctimas del conflicto armado. Y era eso, y nada más, lo que pretendía, el Acuerdo: Una Reforma Rural Integral, no muy profunda, que mejorara la vida del campesinado y solventara sus necesidades más urgentes,

Un par de campesinos de la zona rural de Choachí ,de cerca de setenta años de edad, que viven de trabajar su jornal y nunca han cotizado para obtener una pensión, ante la pregunta de cómo votaron en el plebiscito para refrendar el Acuerdo, dicen que votaronpor el No, la razón, que no querían que se entregara el país a las Farc, ni querían que les quitaran la tierra, que por cierto, tenían empeñada con un vecino. Su fuente de información, por supuesto, los medios de comunicación tradicionales. Si estos abuelos fueran a algunas de las zonas veredales en las que viven los excombatientes en precarias condiciones, y a la espera de que se concrete un Acuerdo que el gobierno al parecer no va a cumplir; lo de la entrega del país a las Farc, no les parecería más que un pésimo chiste.

En el oriente de Cundinamarca y en gran parte del campo colombiano, las elecciones y consultas populares están enmarcadas en el tradicionalismo, el clientelismo, y la desinformación, las razones que aducen para haber votado por el NO, tienen poco que ver con razones políticas o de contenido del programa que establecía el Acuerdo, al contrario, las razones que argumentan el voto, son razones religiosas, de parentezco, clientelares entre otras, fundamentadas en las mentiras que en ese entonces rodaron por los medios.

El avance en el terreno sobre la inclusión de la población del campo sigue pendiente, la frontera que divide lo urbano y lo rural sigue siendo un abismo. En las elecciones presidenciales se ratificará si la opción de los campesinos colombianos es volver a elegir un sistema que los ha marginado por siglos, representado por el santismo y el uribismo, la nueva forma del bipartidismo, o por el contrario, eligen programas alternativos, que al fin logren saldar la promesa incumplida cada cuatro años de volcar la mirada hacia el campo, pero no la mirada de la exclusión y el desprecio que hasta ahora ha sido tradición política, sino una mirada que al fin, otorgando derechos y garantías para las familias del campo, las haga participes del desarrollo de ese país y en la consolidación de una paz participativa, real, estable y duradera.


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