Diego Ospina Castaño – Docente. IED El Hato.
El Sirirí / Educación
Hay en el ser humano una inherente tendencia a la evolución, al progreso, a la fascinación por lo nuevo, lo innovador; lo que orgullosamente exhibe como la panacea que pondrá fin a su sufrimiento, y al igual que le sucedió a la hermosa pandora, no espera el momento, sino que al primer conato de lo que parece ser la solución a todos los males, se desborda ante la mirada atónita de quienes descubren con asombro que no es más que la ilusión pasajera de lo que poco a poco se convierte en un gigante monstruo voraz que con apetito insaciable infecta todo lo que se cruza a su paso, pretendiendo establecerse en un cuerpo ya enfermo por la burocracia y el conformismo, y que lejos está de ser la cura a una patología cultural de ineficiencia y corrupción.
La primera vez que escuché hablar de calidad y excelencia en la educación trabajaba en un colegio privado en Soacha, y quienes trataban de persuadir a todos los funcionarios de la institución hacían referencia a los múltiples cambios y beneficios que conllevaba el apropiar un modelo japonés aplicado a la folclórica idiosincrasia de un sistema que sostiene la educación con las regalías que dejan las ventas del licor y tabaco; y que obviamente en una absoluta doble moral publica en los envases de cervezas y cajetillas de cigarrillos un aviso sobre lo perjudicial que puede llegar a ser el consumo de estos artículos que forman parte y a gran escala de la canasta familiar. La ambigüedad no tiene límites al tener que ser la propia víctima embriagada la que pueda tener acceso a tan afanado esfuerzo de la autoridades por educar al respecto a una población que prefiere emborracharse cada fin de semana que asistir a un recital, una exhibición de cuentería o simplemente un cine.
La ilusión de implementar la puntualidad, disciplina, orden, organización y civismo de los japoneses sonaba utópico por no decir risible, ante la desaforada carrera por hacer todo “funcionar” en un híbrido lamentable de cultura china y típica colombianada. Todos quienes se han encaminado en esa carrera por la “excelencia” desde los estándares de la chambonada colombiana han convertido el SGC (sistema de gestión de Calidad) en un sello de una marca “made in Taiwan” que lejos de estandarizar buenas prácticas empresariales y de servicio ha logrado normalizar la habilidad de nuestra cultura para evadir la norma y hacer cualquier cosa por obtener beneficios que no se merecen. La calidad se convirtió en un mal de muchos y no en un sello distintivo de los mejores.
Si ahora mismo me preguntarán qué significa ser un Maestro de Calidad” respondería sin dudarlo que la calidad no obedece al “proceso” de enseñanza aprendizaje de manera bancaría que tanto se ha criticado durante siglos y que se continúa replicando en el siglo XXI, pero tampoco se rige por la nueva tendencia del libre albedrío a la que se exigen de forma exagerada derechos, pero que poco se le establecen deberes y compromisos, ocasionando aún más una ruptura entre los miembros de las comunidades educativas con la premisa “ quien pega primero, pega dos veces”. Si no hay una cultura de dar lo mejor para hacer que las cosas se hagan de la manera adecuada y éticamente correcta, no habrá sistema de calidad o política extrajera llámese APA, OCDE o PISA; capaz de brindar a nuestro país lo que realmente necesita para hacer bien las cosas.
Ser un maestro de calidad; desde mi humilde opinión, responde a obviar tanto modelo enlatado importado de países diametralmente distintos al nuestro y que lo único que han conseguido es enriquecer los bolsillos del gobernante de turno y se desmorona en cuanto el trono es sucedido por otro que cree tener más razón, y sí que tiene más, pero avaricia; y continúa el desangre cíclico de todos nuestros recursos. El reflexionar sobre la práctica del quehacer docente es muy importante, pero no como una camisa de fuerza que reclama el diligenciamiento de un formato y la inclusión en un reporte estadístico, sino como una construcción colectiva en medio de la libertad y de la ya habitual dinámica del ensayo y error porque siempre estamos en constante deconstrucción y reconstrucción de alternativas que no limiten y estandaricen sino que permitan continuar haciendo del aula un escenario de reflexión, critica y crecimiento social desde la ética, la libertad, el respeto lo necesario y lo correcto.
Dejemos de mirar al vecino, construyamos la calidad desde lo que somos y de lo que podemos llegar a ser. Sólo hay una manera de hacer las cosas; y es simplemente bien, pero no como un estándar empresarial sino como el reflejo de lo que debemos ser.
La disciplina tarde o temprano vence a la inteligencia; en palabras de Yokoi Kenji. En mis palabras:
El amor a nuestra profesión tarde o temprano vencerá a la folclórica “chambonada”.
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