Por Marcela Guerrero Capacho
Las calles polvorientas de los pueblos colombianos tienen memoria. Recuerdan las huellas de los caballos montados por campesinos orgullosos en cabalgatas llenas de alegría. No eran solo caballos; eran compañeros de vida, de trabajo y de fiesta. En esas épocas, la música que sonaba no hablaba de balas ni de coronas de oro, sino de amores campesinos, paisajes andinos y la gratitud por la tierra que nos alimenta. Pero algo cambió, y aunque nadie pueda señalar exactamente cuándo, de pronto las cosas ya no eran las mismas.
Un cambio de ritmo
Hace unas décadas, en una fiesta patronal cualquiera, la gente esperaba el desfile. El sonido del bambuco llenaba las plazas, y los caballos llevaban flores, no solo sillas de montar de lujo. Los abuelos contaban historias de santos y milagros, mientras los niños aprendían que el verdadero valor estaba en la sencillez.
Hoy, las cabalgatas aún recorren las mismas calles, pero ahora son un desfile de poder. Los caballos no son solo animales; son trofeos de paso fino que cuestan lo mismo que una finca entera. La música, antes suave y nostálgica, ha sido reemplazada por corridos norteños que glorifican balas, traiciones y dinero fácil. Los sombreros grandes y las hebillas doradas no cuentan historias del campo; ahora son símbolos de una cultura importada que llegó para quedarse, o eso parece.
Pero no es solo la identidad lo que se sacrifica en cada cabalgata moderna. Los caballos, que alguna vez compartieron la vida con sus dueños en una relación de respeto y colaboración, ahora sufren bajo el peso de un espectáculo que los convierte en instrumentos de ostentación.
El dolor invisible de las cabalgatas
Detrás de las cintas y los sombreros se oculta un dolor que pocos ven o eligen ignorar. Los caballos son obligados a caminar largas horas bajo el sol, con poca agua y sin descanso suficiente. Las monturas de lujo y las personas que exceden los límites de su capacidad física provocan lesiones que pueden ser permanentes. Las heridas en la boca por los frenos, las marcas de espuelas en los flancos, y el estrés de las aglomeraciones son el precio que pagan los animales en cada fiesta.
Cuando las cabalgatas dejan de ser una celebración de la vida rural para convertirse en un desfile de poder, ¿a quién celebramos realmente? ¿Qué dice de nosotros una tradición que se sostiene sobre el sufrimiento de otros seres vivos?
La música que nos robó la voz
Los corridos mexicanos cuentan historias que no nos pertenecen. Hablan de narcotraficantes que cruzan fronteras, de guerras que no son nuestras. Sin embargo, esas letras, cargadas de violencia y ostentación, han encontrado eco en los corazones de nuestros jóvenes. ¿Por qué? Quizás porque la televisión y las series han vendido una fantasía peligrosa donde el lujo y el peligro parecen sinónimos de éxito.
¿Qué pasó con nuestras músicas? ¿Dónde quedaron las guabinas y los torbellinos que hablaban de la cosecha y del amor que crece entre montañas? ¿Quién nos hizo creer que la música de otros vale más que la nuestra?
Un pueblo que se mira en espejos ajenos
En cada cabalgata moderna, me pregunto qué dirían los abuelos si vieran cómo hemos cambiado. Tal vez sonreirían, sin entender del todo, cuando los caballos pasan acompañados por música que suena extranjera. Quizás recordarían las viejas canciones que cantaban mientras cruzaban los ríos, cuando no había oro en sus manos, pero sí en sus corazones llenos de historias.
Y tal vez, al ver los caballos agotados bajo el peso del lujo y la indiferencia, se preguntarían en qué momento dejamos de respetar a nuestros compañeros de vida.
Conclusión: volver a casa
La identidad no se roba ni se compra; se construye y se cuida. Y el respeto a los animales que comparten nuestras tradiciones es parte de esa construcción. Es hora de regresar a las raíces, de rescatar lo que es nuestro antes de que sea demasiado tarde. Porque las cabalgatas no son el problema, ni los caballos. El problema es la historia que elegimos contar: ¿será una de ostentación vacía, sufrimiento silencioso y símbolos importados de poder traqueto, o una de orgullo auténtico, sencillez y respeto por la vida?
En demasiados rincones, la identidad de los pueblos parece haberse vestido con el disfraz del “éxito” traqueto: lujo desmedido, violencia glorificada y exhibición de riqueza que no representa las luchas ni los valores reales de nuestras comunidades. Convertir la ostentación en virtud nos aleja de nuestras raíces campesinas, honestas y solidarias.
Este es un llamado a escuchar nuestra propia música, a caminar nuestros propios caminos, a cuidar a nuestros animales, y a resistir la tentación de mirar el mundo a través de espejos ajenos. A volver a ser lo que nunca debimos dejar de ser: un pueblo con raíces profundas, con el alma en la tierra y el futuro en nuestras propias manos.
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