En el barco del gobierno


Por El Maldito Antropólogo.

“La diferencia entre los buenos y los malos, es que los buenos siempre somos nosotros.” 

F. Nietzsche


A los compañeros y camaradas que se montaron en este barco, les digo: A veces siento que cuando nos reencontremos -al final de este gigantesco y corto primer ensayo- vamos a sentir que (varios de nosotros) abordamos un barco en un mar tempestuoso y dijimos que iba a ser difícil pero no lo creímos en serio o más bien, no lo sentimos en serio. Pensamos (o pensaron los otros que se subieron al barco) que no íbamos a tener problemas de verdad, más allá de algunos insultos de los tradicionales dueños y nos imaginamos una lucha pueril sin implicaciones ni torceduras en las articulaciones y que vociferaríamos más alto y podríamos burlarnos altivamente de los tradicionales dueños del barco.

Muchos pensaron (o pensamos) que la mayoría tomaríamos la misma ruta, o más bien que aquello que cada uno de nosotros deseábamos era lo correcto y lo justo y era lo mismo que los demás deseaban. Lo sentimos equivocadamente porque no nos conocíamos seriamente. Pensamos (o pensaron los demás por supuesto, porque nosotros jamás estuvimos equivocados) que sólo porque creíamos ser "los otros", los “del cambio” íbamos a ser buenos y sabíamos qué hacer o al menos sabíamos lo que queríamos.

Cuando nos reencontremos al final del naufragio nos asombraremos de lo poco que entendimos (o lo poco que entendieron los demás porque nosotros sí somos inteligentes) las instrucciones de navegación de los viejos capitanes, la insistencia de ellos en que tratar de usar el mismo barco no sirve para ir a otro lado, que ese barco tiene trabado el puto timón en una sola dirección y por eso todo el resto de la maquinaria funciona siguiendo solo esa ruta, que funciona mal sí, que funciona mediocre, estúpida y cruelmente, pero funciona para ir a otro lado, diferente al que proyectamos.

Cuando nos reencontremos después del viaje, veremos que muchos de los demás (porque obviamente a nosotros no nos pasó eso) nunca desearon nada diferente a montarse al barco, que ese sentimiento de injusticia que sentían no era más que una morbosa envidia de los que habían estado subidos en la nave desde muchos viajes antes y confundieron todo el tiempo la rebelión con el desquite.

Precisaremos en aquel entonces que a poco de habernos subido al barco así como a lo pirata (que fue lo más heroico que hicimos en la larga campaña de más o menos cincuenta años, porque después de subidos en la nave ya nada fue heroico) llegó la tormenta de las fuerzas que enseñaron esos viejos capitanes, de esos movimientos que podíamos advertir con nuestra ciencia (esa de la que hablara Nazim Hikmet en el poema número 2 en "desde las cuatro cárceles") y todos olvidamos esa ciencia (la olvidaron los otros claro está porque nosotros siempre la tuvimos presente) y zarandeó el barco y nos fuimos confundiendo y atontando (se atontaron los demás quiero decir, porque nosotros siempre nos mantuvimos preclaros) y muchos agarraron una butaca escondida, un pedazo de tabla, aprovecharon una pequeña mesa, una cabina y otros se quedaron en el casco, sin mucha coordinación, sin entenderse, perplejos al ver al capitán desorientado, insistiendo en que navega en otras aguas, parado en lo más alto del mástil sin conexión con el resto del barco, manifestando ideas lejanas y loables para llegar a nuevos continentes estratégicos pero sin coordinación con el mecanismo, sin hacerle la trampa seriamente. 

Entonces concluiremos que el capitán era un gran profeta pero no un capitán... y que necesitábamos este zarandeo para madurar, o al menos eso espera uno. Notaremos entonces que en medio de semejante mierdero muchos de los buenos amigos nos alejamos en esa marejada confusa de la que pretendíamos tener algún control, sin embargo el oleaje nos iba moviendo (o movía a los demás porque a mí no, obviamente, porque yo siempre fui una boya imperturbable) y en ese alejamiento, unos tratando de entender cómo maniobrar en medio del caos sin perder el rumbo, otros maniobrado sin importarles para nada el rumbo, otros maniobrando para su rumbo ayudados por ingenuos acólitos en su pequeño pedazo de barco, otros aprovechando desesperadamente cada papayazo en medio del desorden convencidos que nunca tendrán otro papayazo igual en la vida (tal vez tengan razón) y otros preguntándonos si ser como somos está mal y lo que está bien es ser igual a los marineros de siempre, mediocres, perezosos, cobardes y oportunistas.

Sintiéndose raro por ser como la gente que dice de dientes para afuera y de manera muy grandilocuente que nos montamos al barco para hacer que esto fuera mejor (claro, “mejor” es un adjetivo siempre relativo) y que nos montamos aquí para echar el barco para otro lado y que nos montamos aquí para ser más decentes y mejores (mejores para qué se pregunta uno) y al final de muchas vueltas algunos nos encontraremos de nuevo, sorpresivamente,  en alguna playa ya desembarcados o algunos aún embarcados, después de mucho voltear, todos mojados, despelucados y llenos de barro, escupiendo arena y decepción pero más sabios y menos románticos, agradecidos de haber recibido esta lección para decirnos "camarada, teníamos razón, ser como somos está bien y todos esos otros hijueputas son los que están mal, los mecanismos de la tormenta, esos que decíamos, eran en serio, no era sólo para sentirnos especiales en un grupito ahí, era verdad esa vuelta, eso que estudiábamos con supuesto fervor pero que en el fondo no nos creíamos después de salir de la universidad era verdad, no era por mamar gallo”

Con estos y estas quiero reencontrarme, jugar otra vez fútbol en el barro, salir a la calle y volver a la casa a salvo, navegar los ríos y dormir en chinchorro en un centro de salud abandonado. Reencontrarme también en el estrado pero sin creer que por eso nos volvimos el putas, volver a apostar por las causas que ya no son pérdidas, volver a embarcarse en el barco para despedazarlo, porque honestamente la marejada ya no nos abandonará en esta vida, sepamos o no sepamos para dónde vamos. Otros llegarán a otra playa sin haber aprendido nada, con las manos llenas, yo no sé, algunos con los bolsillos llenos y otros igual de pelados que al principio, pero sin haber aprendido nada más que a acomodarse.

Ellos se sentirán bien porque así son, es lo que se supone que debían hacer y tal vez por eso mismo los mantengan en el barco, tal vez no los echen por la borda. Son los niños buenos de mamá que hacen lo que se supone: Aparentar, decir de vez en cuando “con el favor de dios” y defender siempre al jefe aunque sea un descarado inútil y hacer la vista gorda a las cagadas pero cobrar, cobrar juiciosos y representar muy bien la puesta en escena para que cuando los califiquen siempre les pongan diez en el examen y les renueven el contrato sin importar a quién o qué se lleven por delante, sin importar ese sentimiento que ahogan en justificaciones, ese sentimiento que está allí diciendo que su trabajo es inútil, que el objetivo que les plantean es una fachada y que el objetivo real es otro oculto pero también obvio, sin importar que lo que significan en su trabajo es una mentira patética que les permite llenar formatos para justificar el sueldo...esos son los niños buenos del sistema, ellos son los bien educados.

Nosotros los mal educados (porque claro, nosotros somos de estos, de los mal educados, entre nosotros nunca está ninguno de esos molestos bien educados niños) nos reencontraremos con poco, con casi nada, después de haber sido tentados y haber rechazado el acomodo. Nos podremos sentir orgullosos de no habernos desdibujado y cuando nos bajen del barco estaremos afuera pero nuestras acciones ya no serán inofensivas, supongo, porque crecimos, porque entendimos que la cosa es en serio y no sólo por desahogarnos.


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