Poemas de mujeres

Creación de las aves- 1957 - Remedios Varo


Margaret Randall

Carta de Managua/uno

Todo lo que quieres hacer es matarnos, a aquellos
que sobrevivimos a tus múltiples ensayos generales
Aún no es tan grave: la mayoría de nosotros no alcanzamos
a ser personas para ti: no somos robustos ni de ojos azules
ni prometedores
según el test IQ vigente
o el de Rorschach que define tu sentido de vida.
Discúlpanos si no estamos de acuerdo
con tu definición de la bomba N
con la solución química binaria o con la solución Salvadoreña
como un analgésico adecuado. Estamos suficientemente subdesarrollados
para querer lidiar con nuestro dolor de nuestro propio modo primitivo.
Discúlpanos también si no podemos responder completamente
a tus preguntas acerca de nuestra sociedad, descríbela como
marxista-leninista o social-demócrata, pluralista aceptable
o adecuada para la libre empresa.
Si insistimos en la crudeza de explorar nuestro propio proceso creativo
amando nuestra tierra con la pasión que 50,000 hermanos
y hermanas enraizaron en nuestras gargantas.
Discúlpanos, por favor, estamos siempre olvidando que
se suponía que debíamos pedir permiso para defender nuestra
verdad
y para distribuir nuestra risa como mejor nos conviniera.
No se molesten intentando comprender
nuestra forma de enseñar a nuestros soldados la poesía junto
con la defensa personal
el respeto propio y el cómo escribir sus nombres con tinta
en lugar de sangre,
Cuando nuestros abuelos lograron sobrevivir en esta isla
mandaste a tus Marines. Más tarde nos diste
a “uno de nosotros”: comprado
por tu Estilo de Vida Americano.
Él tenía un hermano y un hijo, un nieto
e infinitos bolsillos.
Dijimos adiós más de una vez
pero tú entrenaste a una legión de hermanos nuestros
los compraste y los mantuviste en forma
(para mantenernos en forma)
y la forma en la que nos mantuvieron fue cada vez más en
cajas de pino
horizontalmente. Aquí era un crimen
ser joven, y tú nos recordabas diario
ese crimen cometido por muchos y muy a menudo.
Pero seguimos olvidando, peleamos y surgimos por debajo
de tu inmortal amigo y de su protección.
Peleamos y ganamos, enterramos
a nuestras hermanas y hermanos (algunos eran rubios
o incluso llenaban tus estándares para ser personas)
y entonces comenzó nuestro largo dolor, nuestro gozo silencioso,
lo imposible
se hizo posible por nuestra historia de ojos y manos.
Sabemos que no llenamos tus estándares de 1982
para naciones dependientes.
Todo lo que tú quieres es asesinarnos. Todo lo que nosotros
queremos es vivir.

Managua, 2/1982
Traducción de Cristopher Yescas



Dunya Mikhail

Agradecimiento

Doy las gracias
a todos los que no amo
porque no me producen
dolor de cabeza
no me obligan
a escribir largas misivas
no agitan
mis sueños
no los espero
con ansiedad
no leo
sus horóscopos
en el periódico
no marco
su número
de teléfono
… no pienso en ellos…
y les estoy sumamente agradecida
porque no me complican
la vida




Rosario Castellanos

Autorretrato
Yo soy una señora: tratamiento
arduo de conseguir, en mi caso, y más útil
para alternar con los demás que un título
extendido a mi nombre en cualquier academia.
Así, pues, luzco mi trofeo y repito:
yo soy una señora. Gorda o flaca
según las posiciones de los astros,
los ciclos glandulares
y otros fenómenos que no comprendo.
Rubia, si elijo una peluca rubia.
O morena, según la alternativa.
(En realidad, mi pelo encanece, encanece.)
Soy más o menos fea. Eso depende mucho
de la mano que aplica el maquillaje.
Mi apariencia ha cambiado a lo largo del tiempo
—aunque no tanto como dice Weininger
que cambia la apariencia del genio—. Soy mediocre.
Lo cual, por una parte, me exime de enemigos
y, por la otra, me da la devoción
de algún admirador y la amistad
de esos hombres que hablan por teléfono
y envían largas cartas de felicitación.
Que beben lentamente whisky sobre las rocas
y charlan de política y de literatura.
Amigas... hmmm... a veces, raras veces
y en muy pequeñas dosis.
En general, rehuyo los espejos.
Me dirían lo de siempre: que me visto muy mal
y que hago el ridículo
cuando pretendo coquetear con alguien.
Soy madre de Gabriel: ya usted sabe, ese niño
que un día se erigirá en juez inapelable
y que acaso, además, ejerza de verdugo.
Mientras tanto lo amo.
Escribo. Este poema. Y otros. Y otros.
Hablo desde una cátedra.
Colaboro en revistas de mi especialidad
y un día a la semana publico en un periódico.
Vivo enfrente del Bosque. Pero casi
nunca vuelvo los ojos para mirarlo. Y nunca
atravieso la calle que me separa de él
y paseo y respiro y acaricio
la corteza rugosa de los árboles.
Sé que es obligatorio escuchar música
pero la eludo con frecuencia. Sé
que es bueno ver pintura
pero no voy jamás a las exposiciones
ni al estreno teatral ni al cine-club.
Prefiero estar aquí, como ahora, leyendo
y, si apago la luz, pensando un rato
en musarañas y otros menesteres.
Sufro más bien por hábito, por herencia, por no
diferenciarme más de mis congéneres
que por causas concretas.
Sería feliz si yo supiera cómo.
Es decir, si me hubieran enseñado los gestos,
los parlamentos, las decoraciones.
En cambio me enseñaron a llorar. Pero el llanto
es en mí un mecanismo descompuesto
y no lloro en la cámara mortuoria
ni en la ocasión sublime ni frente a la catástrofe.
Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo
el último recibo del impuesto predial.


Wislawa Szymborska


Vietnam

Mujer, ¿cómo te llamas? -No sé. ¿Cuándo naciste, de dónde eres? -No sé. ¿Por qué cavaste esta madriguera? -No sé. ¿Desde cuándo te escondes? -No sé. ¿Por qué me mordiste el dedo cordial? -No sé. ¿Sabes que no te vamos a hacer nada? -No sé. ¿A favor de quién estás? -No sé. Estamos en guerra, tienes que elegir. -No sé. ¿Existe todavía tu aldea? -No sé. ¿Éstos son tus hijos? -Sí.

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