Foto El Sirirí |
Por Rodrigo Monroy Walteros
Vivió 14 años en Milán y cuando
llegó a Colombia duró tres años buscando donde extender brazos y
piernas con el fin de descansar. Recorrió cada uno de los municipios
de Cundinamarca y al final después de tantas y miles de noches
decidió que el Oriente del departamento era su destino.
Inicialmente habían visto un lote de
600 metros cuadrados dentro del casco urbano del municipio, pero se
decidió al final por un lote de dos fanegadas a dos kilómetros de
la plaza principal de Choachí. Fijaron hora y fecha y se presentó
con su amigo Jaime a la notaría pero el vendedor nunca apareció.
Cuando salían derrotados y con ganas de llorar un anciano con ruana
y cara de Papá Noel entró a pagar un registro civil. Al verlos tan
desbaratados les pregunto porque las caras. Ellos le contaron. Como
si fuera la mano de la divina providencia el anciano les ofreció un
pedazo de tierra de dos fanegadas a mitad de precio del lote que
pensaban comprar. Ellos sintieron la presencia del espíritu santo y
empezaron a llorar, pero de la felicidad.
Lo fueron a ver. Era un pedazo de
tierra sobre una ladera. No lo pensaron dos veces y lo compraron. En
la parte alta del terreno había una casa campesina que al parecer se
dejaba arreglar. Inicialmente había que cambiar algunas tejas del
techo para poder pasar las noches sin que el agua de la lluvia los
mojara. Pedro contrató a un maestro que el dueño de la ferretería
más importante en el marco de la plaza le recomendó. El hombre
llegó muy a las seis de la mañana con ganas y equipo. Les dijo que
se debía colocar unas nuevas correas para soportar la cubierta de
metal que iban a poner. Procedió a cortar una que estaba estorbando
con una sierra manual en muy mal estado. El hombre no tenía
protección, ni guantes, ni seguro. En un mal movimiento casi se saca
un ojo. Tocó suspender la obra y aguantar una demanda por 60
millones de pesos.
El sueño del descanso se estaba
convirtiendo en una pesadilla. Cuando compraron las fanegadas era
verano y todo se veía verde, ancho y próspero. Al llegar el
invierno el agua cayó en metros cúbicos que eran imposibles medir.
Las aguas lluvias inundaron la casa y dañaron la incipiente cocina y
dejaron ver una falla estructural. A los amigos les tocó mandar a
construir un muro de contención y canales laterales para manejar las
aguas. A esa altura del partido la compra ya no les parecía tan
barata.
Pero Pedro con su mejor cara y ánimo
no se dejó aminorar ni arrinconar. Con don José un vecino de 80
años de común acuerdo decidieron sembrar calabaza en sociedad. De
alguna forma había que rescatar los gastos adicionales. En esa
primera cosecha les fue muy bien y ganaron cinco millones de pesos.
Al año siguiente cambiaron a pimentón. No se dio y perdieron plata.
Sin embargo, sabían que en juego largo hay desquite y decidieron
volver a sembrar calabaza.
Cuando empezó la siembra don José se
enfermó y murió. Sus hijos alegando una relación laboral le
exigieron a Pedro el pago de prestaciones sociales y una
indemnización. A esas alturas ya eran dos las demandas. El paraíso
de Pedro tenía un olor pesado y rancio. En el lote del lado había
un negocio de marranos que en días de vientos hacia que su casa
oliera a física mierda. A punta de demandas, olores y vecinos
agresivos Pedro entendió que el edén no existía en Choachí.
Pero lo peor no había llegado todavía,
Al final del terreno había una cerca que límitaba con el lote
siguiente. Su vecino decidió usar una retroexcavadora para hacer un
parqueadero su propiedad. Como resultado logró que el terreno
cediera y parte del lote de Pedro se viniera abajo. Después de
muchas conversaciones Pedro logró que su vecino respondiera y los
terrenos quedaron en su forma original.
A pesar de tantas vicisitudes,
problemas y demandas, para Pedro los fines de semana tenían sabor a
Gloria. A su esposa. Ella era el motor de la aventura y nunca se dejó
amilanar por el entorno. El saber que solo después de quince minutos
saliendo de su apartamento del centro de la ciudad ya estaban en la
carretera, mirando el paisaje y oliendo a verde era para Gloria
apagar el interruptor de la ciudad de la furia para prender la luz de
la naturaleza y de la vida. El agua que corre por la ladera no es
inconveniente para que sentado en la terraza de la casa de Pedro no
se puedan ver los llanos aledaños al río que se pierde en el
horizonte. Esa sola sensación, la cercanía a Bogotá y una
carretera de ensueño es más que suficiente para pensar en Choachí
como un destino turístico.
Es eso precisamente una de las grandes
ventajas de invertir en Choachí, la cercanía y el viaje por una
carretera de tundra, páramo, verde y gris que evoca la fusión del
frío, la soledad y la inmensidad. La idea no era renunciar y sí que
menos vender. Al revés, los socios le metieron más dinero a la
propiedad y decidieron arrendarla para fines de semana y vacaciones.
De hecho al día de hoy Pedro después de solucionar todos sus
inconvenientes recibe excelentes ingresos por el arriendo de su casa.
El turismo ecológico, las casas convertidas en hostales de calidad
son una excelente alternativa para el desarrollo del turismo en el
oriente de Cundinamarca.
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